Por supuesto que hay una sola Bolivia. Este país, formado por varias culturas en siglos de convivencia no siempre pacífica, exhibe una notable fortaleza que no desaparecerá fácilmente. No hay signos serios de desintegración. Lo que sí se puede constatar es la existencia de diferentes mentalidades, que se expresan en actitudes políticas distintas y a veces opuestas. Aunque fraudulentas, las elecciones de octubre de 2019, por un lado, y los acontecimientos de los últimos años, por otro, nos muestran una Bolivia premoderna, autoritaria, conservadora y de origen rural (o de urbanización reciente), que se contrapone a una Bolivia moderna (o en vías de modernización), más o menos democrática, abierta a los procesos de innovación y mayoritariamente urbana. La concepción explicitada aquí – una mera hipótesis explicativa – quiere brindar una aproximación a un fenómeno complejo, oscurecido por ideologías aparentemente progresistas y, en el fondo, anticuadas y autoritarias. Los criterios más importantes de la diferenciación mencionada son el nivel educativo, el acceso a la información de todo tipo, las metas normativas de desarrollo y la configuración del ocio juvenil, criterios que son transversales a una buena parte de la población.
Observando datos estadísticos, procesos evolutivos de largo aliento, la composición social de las universidades y hasta el aspecto exterior de las manifestaciones en las calles, se puede decir que estamos ante un proceso evolutivo multi-étnico y no frente a un choque de características raciales. Hasta el mismo día de su caída el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), por razones ideológicas y para manipular a segmentos poblacionales, aseveró que estamos en una situación de colonialismo interno, de choques raciales y de reacciones violentas de las antiguas élites, pero esto no resiste un análisis detenido de la realidad. Bolivia, como casi todos los países del Tercer Mundo, quiere transitar de la tradicionalidad a la modernidad, y no del capitalismo al socialismo.
La oposición al MAS está hoy conformada en buena parte por sectores juveniles. Aunque los progresos en la educación han sido modestos, no hay duda de que la juventud actual está mejor informada y posee una visión mucho más amplia que la generación de sus padres. Muchos más jóvenes que en tiempos pasados reciben una formación universitaria y se adhieren a vocaciones profesionales tecnificadas, es decir provenientes del ámbito del racionalismo occidental. Conocen las modas (y las tonterías) habituales en otras latitudes y tienden, por lo tanto, a alejarse de valores verticalistas y autoritarios de comportamiento, lo que se advierte rápidamente en el tratamiento del otro género. La mayoría de los casos de feminicidio ocurre en la Bolivia con mentalidad premoderna.
Lo que se puede notar fácilmente en los sectores juveniles es un claro apego a valores modernos, racionales y pluralistas. Prefieren la democracia a la dictadura, la alternancia en el poder en lugar del gobierno ilimitado del caudillo, la diversidad democrática en vez de la monotonía de una sola ideología permitida. Desde la Revolución de Octubre en 1917 se puede afirmar que estos valores normativos nunca han sido comprendidos por socialistas, nacionalistas, populistas e indianistas. Esta es precisamente la situación de la mentalidad boliviana premoderna. Aquí en el país tanto los intelectuales izquierdistas como sectores poblacionales premodernos se entusiasman por consignas como la lucha contra el capitalismo e imperialismo y por el enaltecimiento de metas difusas pero emotivas, como el culto a veces excesivo de la dignidad, soberanía e identidad. Estos valores resultan anticuados en el mundo globalizado de la actualidad.
En Bolivia y en el resto del mundo los seguidores del socialismo, el nacionalismo y el populismo han despreciado el Estado de derecho, la vigencia irrestricta de los derechos humanos y el multipartidismo político. Esta mentalidad oscurantista, pero recubierta de un halo de progresismo, les impidió, por ejemplo, darse cuenta de los anhelos de los pueblos en Europa Oriental durante los sucesos de 1989-1991. Por ello mismo no se percatan de la pertinencia y legitimidad de los objetivos que inspiran a los jóvenes bolivianos de nuestros tiempos. Los socialistas creyeron contar con la única visión científica de la historia y la política, pero, paradójicamente, se entregaron de cuerpo y alma a los caudillos más convencionales que la historia conoce, como Stalin, Mao, Castro y Pol Pot, de los cuales es superfluo añadir una sola palabra más.
Manipular política e ideológicamente a los jóvenes urbanos, independientemente de su origen étnico-cultural, es mucho más difícil que antes. No es, obviamente, una tarea imposible. Pero el discurso del MAS, frívolo y cínico simultáneamente, lleno de falsificaciones simplificadoras y de mentiras infantiles, con un estilo primitivo y confrontacionista sin motivo válido, ya no atraía a la juventud en proceso de modernización. Admito que es una juventud sin grandes ideales, con sentimientos muy limitados de genuina solidaridad y fraternidad y con gustos estéticos detestables, pero los jóvenes no se sienten interpelados por una propaganda política anticuada y por líderes corruptos en el plano ético e ineptos en el ámbito técnico-administrativo.
Los propagandistas del régimen que duró de 2006 hasta 2019 afirmaron que era un proceso de cambio. Su fuerza de atracción en la Bolivia premoderna, su innegable popularidad y su capital político-electoral radicaban en lo contrario: en la notable capacidad del régimen de preservar y exacerbar las corrientes político-culturales que vienen de muy atrás. El MAS contó con la complicidad de los sectores de la economía informal, que en el plano educativo y cultural se distinguen por compartir prejuicios anticuados disfrazados de saberes ancestrales. La cultura del autoritarismo, el paternalismo y el centralismo representa hasta hoy uno de los pilares más sólidos de una mentalidad colectiva que se aferra a las pautas del pasado. El modelo educativo del MAS ha sido el legítimo heredero de las tradiciones coloniales. Para mantener su capital cultural, el régimen intensificó el carácter conservador de sus prácticas políticas. Usamos el término conservador en sentido de rutinario, convencional y a veces provinciano y pueblerino y, ante todo, machista, paternalista y prebendalista. Este legado cultural se ha transformado en una mentalidad antidemocrática, antipluralista y anticosmopolita y en una visión acrítica, autocomplaciente y edulcorada de la propia realidad. Para utilizar en su provecho estas tradiciones conservadoras, el régimen no necesitó mucho esfuerzo creativo, sino el uso adecuado y metódico de la astucia cotidiana. Por ello se explica la facilidad con que se impuso en la Bolivia premoderna el voto consigna y el caudillismo autocrático del Gran Hermano. Como corolario se puede afirmar que este proceso significó en realidad la supremacía de las habilidades tácticas sobre la reflexión intelectual creadora, la victoria de la maniobra tradicional por encima de las concepciones de largo aliento y el triunfo de la astucia sobre la inteligencia. Todo esto es lo que no gusta a la juventud actual.
Hoy en día es notorio el silencio de los muchos opinadores favorables al MAS en particular y al socialismo y populismo en general. En un futuro cercano van a seguir probablemente la siguiente evolución: ahora defienden a rajatabla la democracia liberal y que hace escasos diez años cantaban las loas de la dictadura del proletario, la lucha de clases y consignas afines. En aquellos momentos, cuando más se necesitaba un pensamiento crítico, no hicieron nada por la democracia pluralista y por evitar la cultura del autoritarismo. Es una ceguera similar a aquella de los intelectuales marxistas que hasta hoy no pueden comprender porqué los refugiados sirios, africanos, venezolanos y nicaragüenses se dirigen hacia los infiernos capitalistas y evitan los estados árabes que están muy cerca de sus fronteras y los paraísos de Rusia, Irán, Cuba y otros. Estos refugiados, que votan con los pies, están entrando a la modernidad y saben apreciar las condiciones de vida en las sociedades occidentales, donde reina un mínimo del Estado de derecho, la resolución pacífica de conflictos y el pluralismo cultural. Todo esto no quiere decir que la modernidad occidental esté libre de factores muy negativos. A escala mundial y de acuerdo a las experiencias del terrible siglo XX, el modelo democrático-pluralista y la cultura del racionalismo constituyen simplemente el mal menor, algo muy razonable en términos históricos realistas, pero difícil de entender desde una perspectiva de las emociones. Una sociedad relativamente culta y próspera, como la Alemania del periodo 1930-1933, se empeñó mediante elecciones libres en elegir la peor alternativa imaginable, el régimen nazi. Y Argentina, un país bastante avanzado, vota desde hace 75 años en comicios irreprochables por una patología social aberrante, como es el peronismo.
También la Bolivia premoderna, la profunda, es pasajera. Las pautas normativas de comportamiento pueden durar varias generaciones, pero pueden ser transformadas paulatinamente por la educación y los contactos con otras culturas. Ahí reside la esperanza para una democratización profunda de la sociedad boliviana, esperanza fortalecida por la actitud racionalista y valiente de la juventud. En realidad todo el pueblo boliviano puede estar genuinamente orgulloso de lo conseguido a partir del 20 de octubre de 2019. Una movilización de amplios sectores sociales, sin un liderazgo verticalista, ha terminado en tres semanas con una dictadura que tenía un cierto apoyo popular. Ha sido un ejemplo para todo el mundo: con un mínimo de víctimas y de derramamiento de sangre y en un lapso temporal muy breve, se ha logrado tumbar un régimen autoritario. Los jóvenes tienen plenamente razón cuando exclaman que Bolivia no es Nicaragua ni Cuba.
¿Quién se rinde? ¿Quién se cansa? Es la consigna expresada en distintos cordones urbanos de toda Bolivia y que posiblemente marque el inicio de la Bolivia del siglo XXI como interpelación de las dos Bolivias. Esta consigna podría contener la carga histórica de la construcción de una ciudadanía moderna, en el fondo como resultado de reformas educativas desde 1909. Ante el centralismo imperante y las fracturas no resueltas como regionalismo, clase y etnia, emerge un nuevo proyecto de Estado rumbo al Bicentenario de la República en 2025.
Es necesario señalar que hoy las dos Bolivias ya no expresan esa separación étnico-racial en todo el territorio. Esta concepción refleja un problema de mentalidades: una yuxtaposición sobrepasando el espacio físico y el orden social organicista en Bolivia. No es un problema de razas. En pleno siglo XXI algunos se quedaron con este discurso para usos instrumentales y propagandísticos. Asimismo el discurso regionalista va quedando poco a poco en el pasado por los procesos lentos de integración en el país. Entonces las dos Bolivias representarían lo siguiente: por un lado la Bolivia corporativista, clientelar, que responde a élites conformadas por intereses propios, y por otro la Bolivia que exige visión de Estado con proyectos serios que satisfagan las aspiraciones de los diferentes departamentos a lo largo y ancho del país.
La Bolivia con la visión retrógrada no solo se encuentra en el ámbito público, sino también en el ámbito privado. Es decir que no solo está en el discurso instrumental politizado, sino también en los distintos hogares bolivianos, ya sea que estos se encuentren en el área rural o urbana. A unos les bastó un líder que les dé seguridad sin importar que hubiera querido consolidarse 20 años en el poder a pesar de las reglas de juego señaladas en la Constitución. Ellos defendieron sin autocrítica los logros conseguidos estos años sin tomar en cuenta la calidad intrínseca de las políticas públicas en aspectos neurálgicos como la educación y salud. Aun en las ciudades podemos observar la pésima atención de los hospitales públicos. Estos problemas se convirtieron en elementos interpeladores para la otra Bolivia. Es decir para la Bolivia en la que poco a poco deja de tener importancia el caudillo y que exige un gobierno con planificación y ejecución permanente de políticas de Estado que beneficien a todos los sectores. Esos ciudadanos reclaman programas profundos que no sean solamente retóricos, sino que profundicen la institucionalización de una Bolivia moderna, respetuosa de los derechos humanos, sociales y económicos.
A esta Bolivia ya no le basta el discurso de autovictimización étnica, pues quiere mejoras en todo el territorio nacional. Portando la tricolor, los bolivianos atravesaron barreras entre lo urbano y rural, entre familias acomodadas y menos acomodadas, entre distintos colores de pieles. Quizá podríamos afirmar que la bolivianidad se encuentra rumbo a la superación regional, ampliando su horizonte y fortaleciendo la identidad de lo boliviano. Es la histórica apertura de esta Bolivia que empieza a convertirse en una sola y en la que quizá pueda consolidarse el ejercicio de una ciudadanía activa para transformar cualitativamente el ámbito público. Dependerá de la conciencia histórica y eficiencia con que cada uno de los actores lleve adelante una visión de país con solidaridad para todos sus habitantes y respeto a nuestro planeta Tierra, porque la historia la hacemos cada uno de nosotros rumbo al Bicentenario (2025).