El arquitecto recibió el mes pasado el Premio Piranesi
Valladolid, 1946. Arquitecto. En marzo recibió en Italia el PremioPiranesi, que no es un premio cualquiera. En la gala, ante la clase alta romana, cantó Peppino di Capri. Esas cosas pasan una vez en la vida.
P.- La arquitectura convencional o comercial o normal o como quiera llamarla... ¿Le es indiferente o se fija y la aprecia?
R.- Claro que me fijo. Me fijo y pienso en una casita pequeña que tengo en proyecto en Montecarmelo y a la que el Ayuntamiento le pone todas las dificultades imaginables por un centímetro aquí, otro allá, pese a que cumplimos todas las normativas. Pues cada vez que voy a Montecarmelo, que voy en cercanías porque no tengo coche, veo miles y miles de metros cuadrados de mierda sin que nadie les diga nada. Un poquitín de rabia sí que da la falta de respeto. Pero también hay arquitectura comercial que está bien y me merece respeto. Rafael de la Hoz, por ejemplo.
P.- El estudio lo tiene en la calle Almirante, la casa en Piamonte... Casi todos querríamos vivir aquí, en la ciudad del XIX. Si nos vamos a esos suburbios es porque no queda sitio. ¿Eso es un fracaso de la sociedad o es un éxito?
R.- Ojo, mi casa es un cuarto sin ascensor, 86 escalones, 30 metros cuadrados. Bueno, si tuviera niños sería complicado pero, sin niños, vivir en el centro es rentable: la casa es más cara pero ahorras en muchas cosas. En tiempo, en energía... Pero vamos, sí, es dolorosa la incapacidad de los arquitectos que construyeron los suburbios para crear vida de ciudad.
P.- ¿Estudió Arquitectura porque era su manera de ser artista?
R.- El padre de mi madre era el arquitecto municipal de Valladolid, de modo que estaba en el ambiente.Pero es verdad que mi hermano, que era el inteligente, hizo ingeniero de caminos y a mí me tocó ser el bohemio.
P.- Y cuando ve a un alumno con esa vocación de artista, ¿piensa: «venga ya, chaval»?
R.- Kenneth Frampton, el gran gurú de Columbia, dice que mi escuela, la de la Universidad Politécnica de Madrid, es la mejor del mundo. Y eso es por los profesores y por los alumnos, que son brillantísimos.Yo veo a los alumnos y pienso: ¿merece la pena transmitirles este modo de vivir y de ver la arquitectura, aunque luego tengan que hacer la compra en el Simply y tomar pacharán ElZoco, que es barato pero a mí me encanta? Yo creo que sí; por lo menos, yo no puedo quejarme de nada. Pero sé que hay un problema que es la incomprensión hacia al arquitectura.
A mí me cuesta saber si una arquitectura contemporánea me gusta o si me estoy dejando impresionar por los destellos. Esta sociedad es ignorante, qué le vamos a hacer. En cuanto ve una cosa rara, retorcida, se arrodilla como si estuviera ante una nueva religión. Por eso a la gente le gustan más las torres inclinadas que el BBVA de Oíza en La Castellana. Yo no quiero parecer el conservador de las esencias, pero les animo a que piensen en el sentido común y así podrán valorar la arquitectura contemporánea.
P.- ¿Roma o Venecia?
R.- Roma.
P.- ¿París o Tokio?
R.- París, claramente.
P.- ¿Nueva York o Estambul?
R.- Nueva York pero ésta me ha costado.
P.- ¿Y qué dicen estas tres elecciones?
R.- Dicen que somos unos privilegiados, ¿no?
P.- La arquitectura histórica... ¿La siente cercana? ¿Usted da un paseo por Roma y le dan ganas de trabajar?
R.- Claro que sí. Si el Panteón aún es el edificio más hermoso del mundo... Stendhal, Henry James y Cervantes escribieron textos maravillosos sobre él. Y yo envío a los alumnos a Roma con una condición: que envíen una postal en la que sólo digan sí o no. Sí lloré en el Panteón, no lloré en el Panteón. Se debe llorar, por supuesto.
P.- Y usted, ¿ha llorado mucho con la arquitectura?
R.- Sí. En La Tourette de Le Corbusier, en la Galería Nacional de Mies, en el Panteón... Será que con la edad llora uno con todo. El otro día lloré en un vía crucis. Y también han llorado en mis obras. En la Caja de Granada, Raúl, un empleado, lloró. Siempre que voy, visito a Raúl.
vía: El Pais de Madrid